Comentario
La prosperidad que se experimenta desde comienzos de los años cincuenta parece que tuvo un claro reflejo en el aspecto demográfico, que registró una consolidación del crecimiento ya señalado en la parte primera de este volumen. El incremento fue especialmente notable en las islas británicas, en los Estados alemanes, en Rusia y en Escandinavia, mientras que la Europa del sur ofrecía cifras de crecimiento mucho más moderadas. En su conjunto, Europa pasó de 262.000.000 de habitantes en 1850 a casi 325.000.000 en 1880.El factor decisivo de este crecimiento, sin embargo, no fue tanto la bajada de la tasa de mortalidad, ya apreciada desde comienzos de siglo y que continuaba descendiendo, como un efectivo aumento de la tasa de natalidad. Este hecho es especialmente notable en Inglaterra (pasó de una tasa de natalidad del 32,4 por 1.000, en el periodo 1841-1845, a otra de 35,4 para el periodo 1876-1880) o en el mundo alemán (del 36,6 al 39,4 por 1.000 en el mismo plazo), pero la cifra aumentó ligeramente en otros países del norte de Europa. Da toda la impresión de que estas cifras estuvieron en directa relación con las mayores oportunidades de empleo, que facilitaron matrimonios a más temprana edad y mayor número de hijos.El desarrollo de la industria provocó un flujo migratorio desde las zonas rurales hacia las ciudades en las que se estaba concentrando la nueva industria ya que la industria textil, que había sido la protagonista de la primera fase de la industrialización, no había provocado un proceso de urbanización tan decidido. En esta época, por otra parte, a la población industrial, que no aumentó considerablemente en términos proporcionales, se vino a sumar un creciente número de trabajadores dedicados al sector de los servicios (comercio, transportes, banca, enseñanza, administración pública, etc.).La mayoría de estos nuevos trabajos se desarrollaban en las ciudades, y esto se tradujo en el hecho de que el fenómeno demográfico más característico de este periodo sea la urbanización. A principios de siglo había en Europa veintidós ciudades de más de 100.000 habitantes, mientras que en 1850 eran ya cuarenta y siete. En las ciudades era posible una mayor calidad de vida ya que fueron las primeras en beneficiarse de adelantos como la luz de gas o la instalación de cañerías de agua corriente.El número de personas que vivían en ciudades de más de 20.000 habitantes creció en casi toda Europa por encima de los índices de crecimiento total de la población. En algunos Estados alemanes, el crecimiento de la población urbana llegó a casi triplicar el índice general de crecimiento de la población, mientras que las grandes ciudades del continente mantuvieron un índice sostenido de crecimiento a lo largo de todo el siglo. Londres, que contaba con algo más de 1.100.000 habitantes a comienzos de siglo, casi alcanzaba los 2.700.000 hacia 1850, y pasaba de 6.500.000 al terminar la centuria. Detrás de Londres, París había pasado en la primera mitad de siglo desde 550.000 habitantes a 1.050.000. A finales de siglo estaría más allá de los 2.700.000 habitantes, lo que implicaba un fuerte aumento del ritmo de crecimiento.La tercera ciudad europea, a finales de siglo, era Berlín, que se acercaba a los 1.900.000 habitantes. Su crecimiento había sido muy rápido, ya que a principios de siglo apenas superaba los 160.000 habitantes y, a mediados de la centuria, estaba en 420.000. Las otras grandes capitales europeas eran Viena, con menos de 250.000 habitantes a comienzos de siglo, y San Petersburgo, con 220.000 habitantes en esa misma fecha. A la altura de 1900 contarían con 1.675.000, y 1.270.000 habitantes, respectivamente. El fenómeno, en todo caso, afectó especialmente a la Europa occidental y mediterránea y fue mucho menos acusado en la Europa del este y en los países bálticos.Lógicamente, el crecimiento urbano arrastró consigo un auge notable de la industria de la construcción que tuvo que ofrecer alojamiento para el elevado número de personas que afluía hacia las ciudades, a la vez que éstas experimentaban fuertes remodelaciones urbanísticas en las que se trataba de combinar el ornato con las nuevas exigencias que planteaban estas aglomeraciones. Las obras públicas desarrolladas por el barón Haussman en el París del segundo Imperio, que han contado con el testimonio literario de Zola en la serie de los Rougon-Macquart, sirvieron para ofrecer una imagen plástica de la grandeza del nuevo régimen, pero se hicieron también con el recuerdo de los acontecimientos revolucionarios de 1848 y lo difícil que había resultado al Ejército controlar la situación en las callejuelas del viejo entramado urbano. Si se hubieran de planear situaciones parecidas, los nuevos gobernantes querían contar con grandes bulevares que permitieran los movimientos de la artillería y la caballería.Buena parte de este crecimiento de las ciudades era debido a la construcción del tendido ferroviario, que había ligado los centros económicos con las grandes capitales europeas, y que había permitido que éstas complementasen sus funciones administrativas con la instalación de nuevas industrias y con actividades de servicios. Por otra parte, las ciudades que quedaron al margen de la red ferroviaria experimentaron un estancamiento económico en los años inmediatos.Otro fenómeno demográfico característico de estos años de mediados de siglo es el de las migraciones, provocado por las dificultades que encontraba la economía europea para proporcionar puestos de trabajo a una población en constante crecimiento. Las necesidades de la naciente industria sirvieron para absorber mucha mano de obra en los años centrales del siglo pero, a partir de 1865, el fenómeno de la emigración se intensificaría de nuevo, y los alemanes y escandinavos se incorporaron a la gran corriente migratoria.Entre 1850 y 1880 salieron de Europa más de 8.000.000 de personas (la gran mayoría hacia Estados Unidos), con una media anual que duplicaba ampliamente la de los treinta años anteriores. De esos emigrantes europeos, casi 5.000.000 salieron de las islas británicas, mientras que los Estados alemanes proporcionaron algo más de 2.000.000 de emigrantes. Las grandes cifras, en todo caso, estaban aún por llegar en los años finales del siglo.